LA INICIACION DE CLOE
La luna llena es la sultana de los alrededores de Mytilene.
Las estrellas han desaparecido. Una claridad malva, que se derrama de Selene, envuelve y transfigura el paisaje.
Casi desnudas, en la explanada del Juramento, danzamos una ronda lasciva en torno a Cloe la neófita
Apenas tiene trece años. Sus flancos escurridizos de Ganimedes, contrastan con sus senos de naciente pujanza.
Tiene los ojos vendados y blande amenazante un caduceo florido de violetas.
De súbito exclama:
-¡Alto!
El corro se detiene. Nuestros corazones palpitan acelerados. ¡Figuraos! Aquella a quien Cloe toque con la varilla, le dará la primera lección ¡Que dicha! Cloe tiene el temblor incitante de las cerezas y la frescura primaverana de la rosa.
La suerte favorece a la cimbreña Atlanta. Celosa, Deyanira susurra:
-Cloe ha hecho trampa ¡Ha mirado!
Las demás, más prudentes, hacemos florecer en risa nuestro desencanto. –Tiempo habrá de todo…- Seguidamente, dispongo entrar a la casa, a la Gran Sala del Amor.
Sobre el hecho, que se abre en el centro de la estancia, expectante, rutilan las lámparas fantásticas. El decorado es bien simple, aunque suntuoso. Tapices de sedas maravillosos recubriendo las paredes arteciopeladas alfombras, de pagados tonos, por el suelo. Aquí y allá grandes almohadones profundos, incitadores a la molicie. Y por doquiera, rosas, vivas o deshojadas, que expanden, bajo toda la gama de los matices, la diversidad de sus aromas
Completamente desnudas ahora, rehacemos el corro, mas lascivo, casi frenético en torno a las protagonistas de la iniciación.
¡Que cabalgata! ¡Que cosquilleo en los senos y en la planta de los pies! ¡ Que frotamientos, doctamente graduados, de muslos y de brazos!
¡Que jugueteo terrible de dedos y lenguas dardeantes! ¡ Que efusión de besos! ¡Que fusión de cuerpos febriles! ¡Que acoplamientos de almas!
Cloe, bajo el divino calofrío supremo, suspira tres veces seguidas:
-¡Me muero! ¡Ay, me muero! ¡Piedad, Atlanta! ¡Adorada mía, que me matas!
La catecúmena tiene bastantes disposiciones para el rito. Ahora le llega la vez de cabalgar a su maestra de placer, y Atlanta muestrase de ello, a lo que parece.
Ha terminando la ronda. Cada una de nosotras busca su pareja, y así, dos a dos, hacemos verdaderas locuras, sobre los tapices cubiertos de rosaos, en torno al tálamo sagrado.
La solemnidad de esta noche nos hace apartarnos de las prácticas usuales. Los ojos y las manos se cierran para lo vulgar. Y Las predilectas de Safo velamos hasta el alba.
Yo me consagro en cuerpo y alma a hacerle a Cloe el examen acostumbrado.
La aprendiza, ruborosa, pero resuelta, aplicase a mostrarme, solicita, cuando Atlanta acaba de revelarme.
Luego procedemos a votar su recepción. Y queda admitida por unanimidad… con mención honorifica.
Para terminar la velada, nos regalamos con fresas silvestres, que cada una de nosotras toma con los labios del lavafrutas viviente de su compañera más próxima…
Dios por que no vivi con Cydno... divertidota que me hubiera dado...
Las estrellas han desaparecido. Una claridad malva, que se derrama de Selene, envuelve y transfigura el paisaje.
Casi desnudas, en la explanada del Juramento, danzamos una ronda lasciva en torno a Cloe la neófita
Apenas tiene trece años. Sus flancos escurridizos de Ganimedes, contrastan con sus senos de naciente pujanza.
Tiene los ojos vendados y blande amenazante un caduceo florido de violetas.
De súbito exclama:
-¡Alto!
El corro se detiene. Nuestros corazones palpitan acelerados. ¡Figuraos! Aquella a quien Cloe toque con la varilla, le dará la primera lección ¡Que dicha! Cloe tiene el temblor incitante de las cerezas y la frescura primaverana de la rosa.
La suerte favorece a la cimbreña Atlanta. Celosa, Deyanira susurra:
-Cloe ha hecho trampa ¡Ha mirado!
Las demás, más prudentes, hacemos florecer en risa nuestro desencanto. –Tiempo habrá de todo…- Seguidamente, dispongo entrar a la casa, a la Gran Sala del Amor.
Sobre el hecho, que se abre en el centro de la estancia, expectante, rutilan las lámparas fantásticas. El decorado es bien simple, aunque suntuoso. Tapices de sedas maravillosos recubriendo las paredes arteciopeladas alfombras, de pagados tonos, por el suelo. Aquí y allá grandes almohadones profundos, incitadores a la molicie. Y por doquiera, rosas, vivas o deshojadas, que expanden, bajo toda la gama de los matices, la diversidad de sus aromas
Completamente desnudas ahora, rehacemos el corro, mas lascivo, casi frenético en torno a las protagonistas de la iniciación.
¡Que cabalgata! ¡Que cosquilleo en los senos y en la planta de los pies! ¡ Que frotamientos, doctamente graduados, de muslos y de brazos!
¡Que jugueteo terrible de dedos y lenguas dardeantes! ¡ Que efusión de besos! ¡Que fusión de cuerpos febriles! ¡Que acoplamientos de almas!
Cloe, bajo el divino calofrío supremo, suspira tres veces seguidas:
-¡Me muero! ¡Ay, me muero! ¡Piedad, Atlanta! ¡Adorada mía, que me matas!
La catecúmena tiene bastantes disposiciones para el rito. Ahora le llega la vez de cabalgar a su maestra de placer, y Atlanta muestrase de ello, a lo que parece.
Ha terminando la ronda. Cada una de nosotras busca su pareja, y así, dos a dos, hacemos verdaderas locuras, sobre los tapices cubiertos de rosaos, en torno al tálamo sagrado.
La solemnidad de esta noche nos hace apartarnos de las prácticas usuales. Los ojos y las manos se cierran para lo vulgar. Y Las predilectas de Safo velamos hasta el alba.
Yo me consagro en cuerpo y alma a hacerle a Cloe el examen acostumbrado.
La aprendiza, ruborosa, pero resuelta, aplicase a mostrarme, solicita, cuando Atlanta acaba de revelarme.
Luego procedemos a votar su recepción. Y queda admitida por unanimidad… con mención honorifica.
Para terminar la velada, nos regalamos con fresas silvestres, que cada una de nosotras toma con los labios del lavafrutas viviente de su compañera más próxima…
Comentarios